Me
traen. Siempre me traen.
Los
puentes se vuelven a armar y me traen, y me dan música y me alimentan y me
nombran entre risas. Mi sobrino vuelve a repetir lo del día de pesca y
Margarita vuelve a llorarme con sus chillidos de ratón de cada año. Ojalá
pudiera destruir las fotos, ojalá pudiera arrancarles el recuerdo. Pero ya no
tengo carne en los dedos que me obedezca. Solo quiero ser la sombra prometida y
desgranarme en el viento hasta perderme en los horizontes y en la historia.
No
me quedan ni fuerza ni furia. Tuve de ambas. Oh, sí, tuve de ambas. Fuerza para
el puñal y para el pozo. Furia para los cuellos y las paladas. A diez les regalé
adelantarse. A diez. Por gusto nomás. Por callar las voces y el hambre. Por
sentir. En todo México me buscaron, en todo México me temieron. Fui famoso y oscuro. Supe ocultar
el cuchillo y la pala y los cuerpos y el miedo. Supe caminar con disfraz de
hombre bueno. La Huesuda tuvo que llevarme con la bajeza del corazón que se
detiene en vez de con la mano vengativa. Y Margarita lloró mi ausencia por vez
primera y la familia tuvo que estrenar un hueco en el altar del Día de
Muertos.
Déjenme
morir mi muerte, cabrones. Déjenme solo. Déjenme, se los ruego. Pero me traen. Cada año, me
traen por los puentes de flores, bajo las velas encendidas. Me nombran con esmero. Y me
hacen recorrer otra vez ese camino blando, bajo la mirada agria y cruel de los diez esqueletos que
se arrastran a mis espaldas, que me señalan, que también me nombran, que también
me recuerdan, que tampoco me quieren sombra y polvo. Y que no perdonan.
El
infierno está hecho de memoria.
Hola Fernando, me ha gustado mucho el ritmo trepidante que le has puesto a tu relato.
ResponderEliminarMucha suerte para el concurso, yo también participo, con "algo qeu se hartó de estar en mi cabeza"
https://elpedrete2.blogspot.com/2018/11/zenda-dia-de-muertos.html