No quedaba ni un fragmento de
pared sin sus fotos. Carmela sonriendo, Carmela ante los flashes, Carmela
recortada de las revistas del corazón; Carmela, la reina de México, llorada por
todos y eterna por siempre.
Prendió las velas y acomodó
las flores naranjas. Sumó el pañuelo de seda robado y el cuchillo cómplice en
la parte inferior del altar. Ella vendría por fin y sería suya por una noche.
Ella vendría y no se reiría de su devoción. Ella vendría, porque es ley del Día
de Muertos, y ya no estaría aterrada ni gritaría ni tendría que obligarla al
silencio con el acero.
Sonrió al ver como su
habitación se teñía con las luces policiales. Sonrió aún más, con las pisadas
en la escalera. Ella había llegado. Furiosa y distinta, pero había llegado.
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