viernes, 5 de enero de 2018

5 de enero



—¿Estás tirando el pasto a la basura?
—Y sí… ¿qué querés que haga? ¿Lo querés de recuerdo?
—No, no. Pero no lo tires. Desparramalo alrededor de la compotera, así parece que se lo comieron los camellos.
—Escuchá un poquito lo que estás diciendo, haceme el favor. Si está desparramado, es que no se lo comieron. Y la idea es que sí se lo comieron.
—No te digo todo el pasto, che. Un poco. Así parece que cuando comían, se les cayó un poco. Los camellos comen así.
—¿Cuántos camellos tuviste en tu vida vos? ¿Experto en camellología sos ahora? El camello se come todo y te chupa el piso después. Es la tradición.
—Eso pasa si solamente tuviera esta compoterita para comer. Pero ponete en la fantasía. Los camellos vienen comiendo pasto desde hace un millón de casas. Si multiplicás casa por pasto por capacidad estomacal…
—Yo no puedo creer que a las doce de la noche estemos discutiendo acerca de la digestión de los camellos. Mañana me levanto a las seis para ir a trabajar.
—El agua estaría bien que se la tomen toda, porque la almacenan en la joroba, pero el tema del pasto, no sé. Y habría que dejar algo de comida para Los Reyes también. ¿Por qué nunca se le deja comida a los Reyes? Todo para los camellos, y los Reyes que revienten. Terminan la noche muertos de hambre y a los camellos les sale el pasto por las orejas. Si lo pensás, es injusto.
—Bueno, el año que viene les dejamos Vitel Tonné. Pasame los regalos.
—¿Todavía queda Vitel Tonné? No puede estar comestible todavía.
—Decíselo a tu vieja, que hace vitel como para trescientas personas y siempres somos los mismos cinco en la mesa. Y si nos vamos a poner a hablar de injusticias, peor la pasan los renos de Papá Noel. ¿Alguien les deja pasto? Nadie. Porque te cuento que también comen pasto ellos. Y son como ocho o nueve.
—Pero vuelan. Son mágicos.
—Pero morfar, morfan. Y si vamos a hablar de mágicos, tres camellos que se cargan todos los juguetes del universo y se recorren el planeta en una noche no suena muy normalito.
—Y sin trineo.
—Y sin trineo. Puro lomo. Ahí tenés la explicación de por qué se comen todo el pasto. Gasto calórico.
—¿Pero cuál es la masa corporal del camello?
—No sé. Ya apagué la compu.
—La prendemos. En Wikipedia debe decir.
—¡No la prendas! Hace un quilombo cuando se prende que va a despertar a la nena.
—Igual se va a despertar. Hace pis doscientas veces por noche.
—Uy… Tenés razón…
—¿Qué pasa?
—Eso pasa. Que se levanta mucho. Yo no sé si conviene poner los regalos ahora. Vos viste lo que le costó dormirse con esto de los Reyes. Se llega a levantar y ve los regalos, nos va a estar saltando en el colchón a las dos de la mañana.
—Pero si se levanta y no ve nada, es como que le matamos la ilusión. Y le quedan, máximo, cuatro añitos más de creer. Capaz que cinco si la encerramos en una jaula sin contacto con otros chicos. Por eso, hay que hacer bien las cosas.
—¿Y qué es hacer las cosas bien?
—Dejar pasto alrededor de la compotera. Realismo en la escena.
—Si querés realismo, el año que viene ponemos también un pedazo de bosta al lado del arbolito. De todo el pasto que les entra, algo les tiene que salir.
—¿Y justo acá en el comedor tienen que venir a cagar los camellos? Además, vivimos en medio de la ciudad, en un piso doce. ¿Vos pretendés que me vaya hasta el medio del campo a traer bosta de vaca?
—Vos hablaste de realismo.
—¿Querés realismo? Los Reyes somos nosotros y estamos discutiendo sobre pasto y bosta a las… uh, ya son las doce y media.
—Eso es realidad, no realismo. El realismo te ayuda a esquivar la realidad. Como Papa Noel.
—A Papá Noel le falta realismo. Reyes es mejor. Les das toda la noche para poner paquetes. Papá Noel tiene hasta las doce nada más y con los pibes despiertos. Y además es uno solo.
—Los yanquis lo hacen mejor. Lo hacen como Reyes. Los pibes ven todo a la mañana.
—Bueno, pero no vivimos en Yanquilandia.
—Ni tenemos chimeneas. Y así y todo, Papa Noel entra igual y nadie discute como deja un trineo flotando afuera con ocho renos colgando y con toda la familia despierta y comiendo garrapiñada al lado.
—Garrapiñada. Eso le podemos dejar a los Reyes el año que viene.
—Somos nosotros los Reyes.
—Ya sé. Pero quiero comer garrapiñada. Y se consiguen ahora. En invierno, que es cuándo se deberían comer, no hay. Las conseguís ahora, con cuarenta grados de temperatura. Somos jodidos hasta para eso.
—Bueno, ahí están los regalos.
—Pará. Estas son las crocs de la nena. ¿Pusiste las crocs de la nena para los regalos?
—Sí.
—Un verdadero Rey Mago no dejaría un regalo en un par de crocs. Es un zapato horrendo.
—Serán horrendos pero son cómodos. Yo tengo crocs.
—Ya sé.
—¿Qué significa “ya sé” así, a secas? ¿No te gusta como me quedan?
—Son difíciles de observar. No sé, me parece una falta de respeto a un Rey Mago. Dejale una zapatilla, una botita. Pero un croc…
—La una de la mañana… Por dios, terminemos con esto, quiero dormir.
—Listo. Quedó bastante bien. Dejé entonces un poquito de pasto tirado. Y derramé agua.
—Está bien. ¿Sabés qué?
—¿Qué?
—Tener estas conversaciones a esta hora es lo que me hace amarte.
—Yo también te amo.
—Somos geniales. Vamos a dormir.
—¿Tenés sueñito? Porque si no estás demasiado agotada…
—Ni se te ocurra. Te amo, pero ahora amo más dormir. Y con este calor, te quiero a cuatro kilómetros de distancia. No puedo entender que haya gente que nace en septiembre.
—Ya vas a venir…
—El sábado, te prometo…
—Bueno. Te amo.
—Yo también.