miércoles, 27 de mayo de 2020

La nueva normalidad en la literatura




Barbijito Rojo

Érase una vez una hermosa niña que llevaba siempre un barbijo rojo para protegerse. Por ese motivo, todos en el pueblo la conocían como Barbijito Rojo.
Vivía con su madre en una cabaña en el medio del bosque. Un día su mamá le dijo:
—Hija mía, recién intenté hacer un Zoom con tu abuelita y fue imposible. Se le ponía el micrófono en mute, no entendía dónde estaba la cámara y se le cortaba todo. Ella es más de la época del mIRC. Necesito que saques mañana un permiso de circulación y le lleves comida y alcohol en gel.
—Oh… ¿Mañana recién? ¿Por qué no hoy?
—Hoy no te toca salir.
Al día siguiente, Barbijito se puso su barbijo, una máscara de acetato, guantes de látex y cuando se disponía a salir, su madre le dijo: “Ten cuidado. Nada de toser delante de extraños porque son capaces de lapidarte y no tardes más de una hora entre ir y volver que las multas son terribles y no somos gente rica”.
Con estas indicaciones, Barbijito salió de su casa. Varios vecinos quisieron denunciarla, pero ella les mostraba el permiso y lograba calmarlos a medias. Se adentró en el bosque con su canasta. Estaba juntando flores, cuando escuchó una voz gruesa que la saludaba con cortesía. Era el lobo feroz, que le sonreía con una boca llena de dientes.
—Hola, Barbijito. ¡Qué linda canasta tienes!
—Hola, Lobo. No llevas barbijo así que te pido que mantengamos cierta distancia social.
El lobo se rio.
—¿Barbijo por una gripe? ¡Una estupidez!
—Deberías quedarte en tu cueva. No son tiempos para estar en el bosque.
—¡Los lobos necesitamos comer! ¡Es fácil decir “Quedate en la cueva” cuando siempre tienes pan en la mesa! Y hablando de pan, ¿Para quién es toda esa comida?
—Para mi abuela que no puede salir. No sabe hacer pan de masa madre, no tiene fuerza en los brazos para intentar ponerse una camiseta haciendo la vertical y piensa que Tik Tok es una golosina. Tengo que ayudarla.
—Siendo así, no te entretengo. Puedes tomar ese camino y recoger algunas flores para ...
—No. Tengo que ir y volver rápido antes de que se venza el permiso.
El lobo, furioso por ver que su truco no funcionó, tuvo que correr hasta la casa de la abuela. Entró por la fuerza y sin mediar palabra, se zampó a la abuela de un mordisco. Luego se puso sus ropas, su barbijo de macramé y sus lentes y se acostó en la cama. A los pocos minutos, escuchó los golpes de Barbijito en la puerta.
—¿Quién es? —dijo, simulando una voz aflautada.
—Soy yo, abuelita. Te traje golosinas, pan, fiambre, mucho papel higiénico y alcohol en gel.
—Oh, qué bien… Pasa, hijita. Ven y siéntate a mi lado y conversemos un rato.
—No. Te los dejo en la puerta. Sos grupo de riesgo. ¡Chau!
Y sin, más, Barbijito dio media vuelta y emprendió el camino a su casa, a la que llegó sin problemas y a toda marcha.
El lobo, desesperado, intentó saltar de la cama y correr hacia la puerta, pero respirar dentro del barbijo había empañado sus anteojos y se reventó la cara contra una pared. Al rato, y ya recuperado, pudo tomar la canasta y comer con voracidad las delicias que Barbijito había dejado.
Esto duró mucho tiempo, porque cada semana Barbijito renovaba los víveres y, como el lobo usaba barbijo y cofia y ella, máscaras incómodas, nunca jamás la niña lo reconoció.
Una pena, porque al Lobo le hubiera encantado mostrarle cuán grandes eran sus dientes, pero bueno, tan mal no la pasó tampoco. Si hasta tenía Netflix la vieja.