—Vos
mirá bien. Después te explico —me susurró Gaspar mientras atendía al viejo. Yo
me quedé revolviendo unos libros insustanciales a distancia prudente y paré la
oreja, porque el tipo pagaba sin ese esfuerzo por ocultar la emoción que tienen
los que buscan descuentos.
—Usted
no sabe lo que yo busqué este libro, señor —decía el tipo mientras le guiñaba,
de pura alegría, un ojo al librero y sopesaba el tomo cuatro de “El tesoro de
la juventud” como si fuera un lingote de oro—. ¡Mirá, Alicia! ¡Mirá! ¡El tomo
cuatro!
—Bueno,
viejo, ¿viste que se conseguía, al final? Ahora la tenés completa —le respondió
una señora de carita redonda y ojos de mantis religiosa, merced a unos anteojos
descomunales, mientras repasaba una revista de bordado del tiempo de ñaupa.
—¡Veinte
tomos! Completa la tenía. Completa —siguió el viejo, con una satisfacción que
me hizo sonreír hasta a mí, que soy medio arisco para la ternura—. Y en una
mudanza… vio que en las mudanzas desaparecen cosas. Bueno. El tomo cuatro. Andá
a saber dónde quedó. Usted me va a entender porque usted vende libros.
—Dejalo
tranquilo al señor, Ernesto. Que el señor venda libros nos significa que tenga
esa obsesión que tenés vos con esa enciclopedia. Dale, pagá y vamos a casa que
está refrescando.
Y
ahí se fueron del brazo. El viejo como un chico y ella, lazarillo entre las
mesas de saldos.
Gaspar
acomodó los billetes y liquidó lo que le quedaba de un cortado que le habían
traído como hace una hora.
—¿’Tás
apurado? ¿Te quedás un rato más?
—Imposible,
Gaspar. Tengo que pasar a buscar a los pibes por lo de la madre.
—Ah,
claro, es jueves. Bue, vos te lo perdés. ¿Viste la viejita de anteojos? En
hora, hora y media, la tengo acá de vuelta y me vende el tomo cuatro de nuevo.
Y mañana vuelve el viejo y lo compra otra vez. Y así. Hace como seis meses que
estamos con esto. Todos los santos días.
—¿Me
estás jodiendo? ¿En serio?
—Por
mi vieja te lo juro. Para mí es negocio. Lo compro por diez, lo vendo por quince.
Yo
sabía que el único dios de Gaspar era la billetera pero eso me hizo enojar. En
su defensa, Gaspar apuró las razones.
—Pará
que yo le ofrecí a la señora hacer esto ad honorem pero ella dice que no, que
está bien así, que es lo justo, que por las molestias. Que cómo voy a hacer
esto gratis si tengo que soportarlos todos los días como si fuera la primera
vez.
Me
acomodé en el taburete miserable que tiene Gaspar al costado de la caja. No me
podía ir sin saber el final de la historia.
—Parece
que el viejo tiene algo en la memoria. Capaz que es Alzheimer o algo así, pero
leve, porque vos fijate que se acuerda que perdió el libro en una mudanza y que
tiene esa enciclopedia desde chico. Mi cuñado me dijo que a los viejos, lo
primero que se les va es la memoria reciente. Como los peces, ¿viste? Cuestión
que vos viste la felicidad del hombre cuando encuentra ese libro. Es el mejor
momento del día para él, me dijo la esposa. Y la señora, que es bien despierta,
hace eso. Le regala el mejor momento del día a su marido, todos los días. Y el
viejo viene, paga, lee un ratito y después la señora vuelve, me vende el libro y
vuelta a empezar.
Me
quedé callado. Que lo parió. Ojalá cuando esté hecho pelota, tenga una mujer al
lado que me quiera tanto.
—Viste
qué ternura, ¿no? Divina la vieja. Y él, un maestro.
—Hermosos,
la verdad. Quién pudiera. Y él, maestro… ¿Por qué?
Gaspar
atendió a una señora que le pidió algo sobre constelaciones familiares antes de
responder. Se me acercó y me dijo en voz baja, como hacen los que violan
secretos:
—El
viejo sabe. Por eso me guiña el ojo cada vez que compra. Como que un día se le
unieron los cables y ahora sabe. Pero no dice ni mú. Él mismo me lo dijo: “Lo
único que le puedo dar a mi señora a esta altura del partido, es la alegría de
que sienta que está haciendo algo bueno por mí. Mirá si se lo voy a quitar”. Y
viene y compra con carita de asombro y me guiña el ojito, porque somos como
cómplices en esto. Tomá. ¿Qué me contás?
Un
pelilargo preguntando por un libro viejo de Galeano me salvó de responder.
Porque si Gaspar me escuchaba como tenía la voz en ese momento, medio como un
dique, me iba a gastar toda la vida. Gracias, Galeano. Anotate otro poroto.