“Público
más fiel que el del Club Atlético Choique Rengo, difícil encontrar”, es la
opinión de Lisandro Bueno, respetado periodista deportivo del medio. Hay quiénes
se animan a refutar estos dichos rememorando el fervor del hincha de Racing
Club, uno de los clubes más sufridos del país y citando, como quien arroja el
ancho de espadas, a la multitud presente en la misa dada por el padre Della
Barca, allá por 1998, en el estadio Presidente Perón. Toda una marea de gente
rogando para que el club no se fuera a pique.
Lisandro
Bueno sonríe y resta importancia a sus detractores. Se sienta en el escritorio de
su estudio y se prepara para explicar su admiración por los “Pisa uvas”, como
se les decía cariñosamente a los hinchas de Choique Rengo, ignoto club
mendocino de las ligas menores. Instalado frente a sus apuntes, Lisandro Bueno
relata una historia de fanatismo, fidelidad y deporte que logrará conmover al
corazón más frío:
“Era
un ritual. El pequeño estadio Moisés Aldo Vallejos del Club Choique Rengo tenía
capacidad para mil quinientas personas apenas, pero eso no impedía que, cada
sábado, los tablones se colmaran de fanáticos que alentaban hasta la afonía,
sin importarles el frío despiadado o los calores atroces de la siesta mendocina
—comenta, mientras exhibe algunas fotografías de los primeros años del estadio,
muy distinto del que hoy se eleva entre los álamos, con más butacas y con un
césped sintético que es la envidia de la provincia.
“La
gente llegaba dos horas antes del partido. Las delicias de Tulio ʽPinocho’
Rinaldi eran la antesala obligada del espectáculo. Todo estadio tiene sus
vendedores. Más que vendedores, son personajes queribles, fauna que nace del ecosistema
del fútbol. Banderas, gorras, vinchas, camisetas de calidad discutible, por
nombrar los más comunes, son los productos que puede usted hallar en sus manos
y que puede adquirir por sumas módicas. En un ámbito más gastronómico, tenemos
la pizza de cancha, el choripán y sus versiones gourmet: el vaciopán y el morcipán; los sándwiches de milanesa
completos, las garrapiñadas; por supuesto, los caramelos Chuenga, golosina
porteña recordada por muchos y, en el caso de Choique Rengo, los empanadas de Tulio
Rinaldi. Digo empanadas para simplificar la comprensión, pero Rinaldi se
enojaría. ‘Pasteles’ diría, pegando un grito. ‘Pasteles. En Mendoza, no hay
empanadas fritas. Hay pasteles’.
“La
hinchada soportaba sin quejas hasta una hora de cola para degustar estas maravillas.
Desde temprano, ya se podía sentir el cachetazo de la fritura en el aire. Tulio
contaba con el apoyo incondicional de doña Elvira, su esposa, al frente de un
tacho inmenso de grasa que se sacudía como lava de volcán, donde freía los
pasteles. No menos importantes, sus hijos, Marcos ‘El cabezón’ Rinaldi y
Juanita, encargados de repulgue y envasado, colaboraban con la empresa familiar.
“Recién
cuando los pasteles calientes estaban en sus manos, los fanáticos ocupaban la
tribuna. Choique Rengo ponía garra y pasión en el juego, valores altamente
estimados aunque insuficientes a la hora de los goles. Sábado tras sábado, perdían
con hidalguía y honor ante toda clase de equipos. Sin embargo, la hinchada
seguía agitando banderas, en un fenómeno que cruzó las fronteras de Cuyo y comenzó
a atraer la atención de las grandes marcas.
“Los dirigentes de Choique Rengo se
regocijaron cuando divisaron a Ezequiel Nerama en una de las pocas plateas del
estadio. El motivo de esa presencia ilustre solo podía ser uno: el excelente desempeño
de Javier Mayo, defensor, la única pieza que a veces lograba entorpecer a pura
pierna y coraje, la lluvia constante de goles de los equipos contrarios. Mayo
había logrado algunas buenas notas en los diarios locales y su nombre ya se
había colado en las charlas domingueras. El periodismo cuyano lo había
bautizado como ‘El muro’. El público, como ‘El único que sirve’.
“Ezequiel
Nerama, uno de los más importantes representantes de jugadores del país,
conocedor del paño deportivo como pocos, llegó temprano a la cancha para
presenciar lo que, para la zona, era un clásico: Choique Rengo contra Club
Sportivo El Porvenir. Cumplió el ritual como uno más, pasteles incluidos. Era
su modus operandi. Camuflarse entre la gente, aspirar el ambiente local bajo el
anonimato y comprender desde el llano cuáles eran los factores que podían
inclinar la balanza en el futuro de algún habilidoso. Hizo la fila, como todos,
en el puesto de Rinaldi e hizo su pedido. Un colega que estaba cerca pudo
relatarme el diálogo que se dio entre ambos:
—Buenas
tardes. Media docena de empanadas, por favor.
Pinocho
negó con la cabeza, haciendo un chasquido con la boca.
—No
vendo empanadas. Si va a pedir, pida bien. Acá se llaman pasteles. Y segundo,
media docena no le va a llenar ni el agujero de la muela. Una docena, como para
empezar.
Nerama
estalló en una carcajada sincera.
—Pero
mire que soy de estómago chico.
—No
se preocupe. De los doce pasteles, cuatro le van a llenar el estómago. El
resto, le va a llenar el alma. ¡Elvira! Docena para el caballero.
“Elvira
armó el pedido, sacando los pasteles de la grasa con una espumadera, y Juanita los
envolvió en un papel sufrido que, al instante, se puso transparente. Nerama,
ansioso, ahí mismo le pegó el tarascón a uno. Hubo una pausa en el diálogo,
porque el representante de las estrellas se puso a saltar sobre un pie, con la
boca en trompa, mientras soltaba vapor como un géiser islandés. Un asistente le
alcanzó una botellita de agua mineral. Al tercer trago, logró hablar nuevamente.
—Esto
es una delicia. ¿Qué les pone para qué queden así de jugosas?
“Pinocho
se le acercó, dispuesto a la confidencia.
—Primer
sudor bovino. Hay que hacer correr a la vaca por horas y, cuando está bien
transpirada, usted le apoya trapos en el lomo y los escurre en un balde. Con eso
y comino, condimenta la carne.
“Nerama
volvió a reírse y mordió otra vez su pastel. Esta vez no se quemó.
—Me
está mintiendo, ¿no?
—Por
supuesto. Por algo me dicen Pinocho. Si le digo la receta, me quedo sin negocio.
Vaya entrando que el referí ya va a pitar. Que disfrute el espectáculo.
“Nerama
agradeció y fue a su platea. ‘El muro’ Mayo tuvo una actuación destacada en el
partido que, por primera vez en mucho tiempo, terminó en un cero a cero agónico.
El representante miró al público y miró a Mayo. Hizo un par de llamadas
telefónicas y recibió la aprobación buscada. A la salida, encaró derecho hacia
la sede del club. Los directivos, los hermanos Sindich, lo recibieron con
honores y una botella de vino patero, producción casera del cuñado de uno de
ellos. El diálogo quedó registrado en la memoria del contador del club, Gabriel
Capizzano:
—Bienvenido,
señor Nerama. Es un honor recibirlo. ¿Un vasito de vino?
—Le
agradezco, pero no. Debo retirarme en minutos porque tengo que presenciar dos encuentros
más hoy. Vayamos al punto. Creo estar ante lo que los representantes llamamos un
diamante en bruto. Hice unos llamados y moví los hilos para poder armar una
propuesta que , digo yo, es generosa. Pues bien, este es el trato: El préstamo
por dos años de “Torito” Petraglia, actualmente en la B de San Lorenzo, para
jugar como delantero; equipamiento por un año para todo el plantel, y con esto hablo
de ropa deportiva, pelotas, calzado y material de entrenamiento y, además, esta
suma de dinero.
“Nerama
mostró un número anotado en su libreta. Los hermanos Sindich abrieron los ojos
como quien mira un asado con molleja.
“Es
suficiente para remodelar su estadio, hacer baños aptos, confitería y mejorar
el estado del campo, amén de la reconstrucción total de tribunas y plateas
—acotó Nerama, por si le faltaba un clavo a la ilusión—. Si están de acuerdo,
en una semana firmamos. Debo preguntar, sin embargo, porque entiendo la
importancia de lo material pero también puedo comprender lo emocional, si no va
a haber arrepentimientos. Ustedes vieron que el fanático futbolero es muy fiel.
“Los
hermanos Sindich no lo dejaron seguir.
—Ni
se preocupe. Tener a ‘Torito’ Petraglia en nuestro equipo es un privilegio que
no dudamos se va a traducir en goles. Además, conocemos su trayectoria, señor
Nerama. El pibe Mayo va a estar bien en sus manos.
—Rinaldi.
Mayo no. A Rinaldi quiero.
—¿Perdón?
—Rinaldi.
El de los pasteles. Con la familia entera. Este chiquito, Mayo, está verde
todavía. Viene bien, sabe tapar, pero le falta. Igual lo voy a seguir estudiando.
“Los
Sindich se rieron.
—¿El
Pinocho? ¿Usted nos ofrece todo esto por el Pinocho?
—Ya
le tengo un espacio en el estadio de Crucero del Norte. Por eso les ofrezco una
confitería en el trato, así el hincha choiquense no se queda sin la vianda
previa.
“Los
dirigentes de Choique Rengo no lo podían creer. Habían tenido algunos problemas
con Rinaldi y sacárselo de encima, recibiendo además a un jugador diestro,
equipamiento y dinero, era un sueño excesivo. Aceptaron sin dudar. Nerama les
dio un apretón de manos a cada uno. Una semana después llegó el contrato, que
fue firmado con tinta azul.
“La
suerte estaba echada. Rinaldi, quien también recibiría una importante suma,
metió en cajas y bolsos su tacho de grasa, su tablón, su toldo agujereado por
granizo y lluvias y se subió, junto con su gente, a un micro rumbo a tierras
rojas, muy distintas de su Mendoza natal. En Crucero del Norte estuvo dos años.
Con satisfacción, encontró que los ingredientes necesarios para sus pasteles
estaban disponibles en la zona y pudo trabajar sin traicionar el sabor. Logró,
en ese tiempo, un incremento de la asistencia de los hinchas de Crucero al
estadio que superó las expectativas de la dirigencia. La gente también hacía
largas filas para degustar su comida. El primer sábado, el público se acercó
con desconfianza, pero bastaron tres bocados para lograr el respeto del hincha
local. Luego, gracias a su brillante desempeño, pasó al playón de la cancha de
Rosario Central en donde trabajó por tres años más, logrando una afluencia de público
que permitió al club remodelar sus vestuarios. Era impensable un domingo sin
los pasteles de Pinocho. El prestigio adquirido fue tal que el Club Atlético
River Plate se interesó en su desempeño y le instaló un local para la atención
al público y provisión constante de garrafas de gas, método que doña Elvira se
negaba a abandonar, por ser, acaso, parte de sus secretos. No es que River
necesitara fortalecer el amor del hincha, pero lo cierto es que, merced a la
tarea ciclópea de los Rinaldi, las afiliaciones al club crecieron en un treinta
y nueve por ciento.
“Fichados
para acompañar a la Selección, en 2010, Rinaldi y familia se hicieron presentes
en Sudáfrica, y en 2014, sus pasteles se hicieron oler en Brasil, compitiendo
mano a mano con el sánguche de pernil y el acarajé
de los locales. Desde el campo de juego del paladar, mantenían esa enemistad
deportiva que nos une y desune con los hermanos cariocas. Esta proyección
internacional y el sabor misterioso y único de sus creaciones llamaron la
atención de dirigentes del Manchester United y, a la fecha, si usted se pega
una vuelta por los alrededores del Old Trafford, va a sentir ese aroma
típicamente argentino y va a poder escuchar la vieja cantinela de Pinocho, que
sigue inventando historias en un inglés chapuceado acerca del contenido de sus pasteles.
Juanita ya no trabaja con ellos, pero doña Elvira sigue firme atrás de sus
tachos (ahora tiene dos y son más grandes), y Marquitos, ‘Big Head’, como le dicen allá, todavía repulga con precisión y
además atiende la caja, casi sin equivocarse con el vuelto.
“¿De
la fidelidad de la hinchada de Choique Rengo, me pregunta? Como pocas. El
primer sábado, en el debut de Torito, el estadio se llenó como nunca. Pero la
gente estaba desconcertada sin Rinaldi. Ahora, en ese mismo lugar, había un
camioncito que hacía hamburguesas completas, panchuques y tortas fritas. Ricas,
sequitas. Pero la magia estaba rota. Los jugadores lucían camisetas flamantes y
las redes de los arcos eran de un blanco níveo. Gracias a la habilidad del
nuevo delantero, marcaron dos goles en ese encuentro. Sin embargo, el público
reaccionó con tibieza ante la primera victoria en la historia de Choique Rengo.
El sábado siguiente, los dirigentes del club notaron cierta merma entre los
asistentes. Aquí y allá, se veían agujeros en las tribunas. El equipo volvió a
ganar pero eso no alcanzó para seducir a los fanáticos. Un mes más tarde, la
cancha estaba desierta. El único público asistente era el del equipo contrario.
Las remodelaciones del estadio comenzaron enseguida pero los hinchas se
desafiliaban de la institución ante la tristeza que les causaba la ausencia de
Rinaldi. Estaba claro que soportar el torpe juego choiquense era un daño
colateral tolerable para poder acceder al delicioso trabajo de ʽPinocho´. Cuando
se supo que esta familia vendía pasteles en Misiones, no fueron pocos los
micros que partieron hacia Garupá, al estadio de Crucero del Norte, para recuperar
el sabor perdido. Treinta y seis horas de micro. Y lo mismo ocurrió en la
mudanza a Santa Fe. Y no me cabe duda de que más de un porteño se debe haber
sorprendido ante los micros mendocinos que llegaban, tiempo después, al
Monumental, únicamente para comprar una docena de pasteles. Mire lo que puede
el fanatismo del hincha. Lo que es la fidelidad al talento, a la creación. No
me hablen a mí de los hinchas de Racing y de su exorcismo estúpido. Ni me
mencione el año que River estuvo en la B ni ninguna de esas pavadas. Hincha
fiel como los del club Choique Rengo, no va a poder encontrar jamás en la vida.
Busque nomás, busque. Va a ver. No hay.